lunes, 28 de junio de 2010

Suspiro de tiempo.

Jamás pensé que llegaría el día en el cual necesitara tanto a una persona, unos manos que me detengan cuando voy por mal camino, un ser que escuche y con su voz me calme en mis delirios nocturnos de sueños y que con un simple roce de labios logre que mis pensamientos se esfumen. Pensaba mientras la tenía en mis brazos.
 Descansaba yacente en uno de los balaustres de piedra en la parte alta del cerro, con la parte de la espalda y su cabeza apoyada en mí. Rodeaba con mis brazos su -a pesar del gélido clima- cálida figura, dejando que se infiltrara su calor por la óbice que ahora era mi invernal vestimenta. Sus ojos estaban cerrados y en ocasiones los abría, quizá para ver qué cosa.
 Yo solo observaba, palpaba y meditaba como una subnormal sobre aquel que tenía en mis brazos y hubo un momento en que quise que el tiempo se detuviera aun que fuera un momento, un aliento de minuto o solo un suspiro. Acaricie su cabello mientras dirigía mi vista al frígido panorama, árboles, enredaderas, arbustos y matorrales con sus hojas ateridas por el hielo que las cubría, otras acariciadas por el casi inexistente calor que el sol emanaba, entre la tierra húmeda y mojada corría una pequeña lagartija quizá buscando refugio, recordé que tenía que traer mi cuaderno; mi compañero de silencio para darle eterna sepultura, me sermoneé mentalmente por haberlo olvidado y para cambiar e ignorar los sermones mentales miré el resto de la panorámica y solo vi un montón de edificios, todos ellos ubicados de la mejor forma posible para que dejaran un mínimo espacio a la "gente" que vivía o cruzaría sus alrededores.
 Dejé de lado al vista para concentrarme en mi acompañante, en lo mío, me sentí egoísta y eso me produjo un exquisito sentimiento del cual no entraré en detalle, es sólo mío. Le besé la frente y el se acomodó, pronto nos iremos pensé y un penoso pesar me apretó el pecho con sus garras, no tenía intensión de irme pero tampoco podía quedarme ahí toda la vida, me prometí que volvería con o sin compañía y esta vez si traería mi cuaderno. Al fin se puso de pie y con ello me invitó a hacer la misma acción. Le sonreí, quería hacerlo quizá por cuanto tiempo, tal vez siempre. Mientras mi mente se despedía de aquel lugar en donde, con o sin quererlo había dejado un fragmento de vida.